
George Orwell: lucidez y compromiso Escrito por: Luis Gonzalo Díez
Más conocido en nuestro país por novelas como 1984 o Rebelión en la granja, George Orwell fue uno de los grandes ensayistas ingleses del siglo pasado. Sus opiniones políticas y literarias, expresadas en un estilo claro y diáfano que da cuenta de una poderosa inteligencia, sorprenden por la radical independencia de quien las formula. Hombre de izquierdas, Orwell se mostró inmisericorde con los progresistas de salón empecinados en vanas discusiones ideológicas que certificaban su hipocresía. El socialismo de Orwell era el socialismo de la “decencia ordinaria”. Un socialismo apegado a las realidades del hombre común, que él conoció de primera mano, agudamente crítico con la pose intelectual de pacifistas, internacionalistas y anticapitalistas y con la deriva totalitaria del régimen soviético.
Hay, en Orwell, una perspicacia antropológica muy llamativa que convierte su posición política en invulnerable a los cantos de sirena del progresismo más ramplón y demagógico. El alma, por así decir, ilustrada y conservadora del socialismo de Orwell es donde arraiga su impagable heterodoxia. Alma que contribuye a que su obra haya superado con creces la prueba del tiempo. Y ello porque lo que tal obra derrocha a raudales es un sentido común elevado, por momentos, a la categoría de genialidad.
El autor de ensayos de lectura tan recomendable como Matar un elefante, El león y el unicornio, La política y la lengua inglesa, Reflexiones sobre Gandhi, etcétera habría tramitado la impotencia política a la que conduce un lúcido escepticismo puntualizando que la inteligencia del escritor, garantía de su independencia, debe equilibrarse con su compromiso. Que igual que dicho compromiso nunca puede ser una excusa para renunciar a la libertad intelectual, ésta no puede aislar al escritor de las batallas ideológicas de su tiempo y convertirlo meramente en un emisario de conocimiento para la posteridad.
El gran escritor vive eternamente, pero el escritor político también debe vivir, siempre y en todo caso, dentro de su propia época. Y ello a pesar del coste, en cuanto a elecciones y decisiones nunca del todo limpias, que semejante actitud hacia las propias convicciones comporta. De ahí que uno, al leer a Orwell, se asombre y deba meditar en cómo un autor tan deslumbrante nunca renuncie a presentarse con todas sus contradicciones. Es decir, nunca espiritualice su corporalidad histórica hasta el punto de hacer que sus análisis floten en un universo platónico.
Los ensayos y artículos de Orwell son, siempre, ensayos de ideas cuyo protagonismo último reside, más que en las ideas expuestas, en el hombre de carne y hueso, históricamente condicionado, que expresa opiniones inevitablemente parciales. La asunción clara y consciente de dicha parcialidad es lo que hace grande a Orwell, quien nunca se refugió en el vientre de la ballena para contemplar el mundo a salvo de tormentas, refugiado en un cómodo distanciamiento desde el que ver la obra sin participar en ella. Vivir significa mancharse y pensar, comprometerse, aunque uno nunca renuncie a ser independiente incluso respecto de sus propios compromisos. Quizá, Orwell hizo válido aquello de que el signo de la inteligencia consiste en la capacidad de alumbrar al mismo tiempo, en una coexistencia inestable, dos ideas contradictorias.
La última selección de sus ensayos y artículos acaba de aparecer publicada por la editorial Debate. Es un libro muy bien editado y traducido. No lo duden, cómprenlo y sumérjanse en la prosa de un intelectual honesto según el cual la claridad de la escritura refleja la claridad del pensamiento. Un intelectual, en fin, dotado para algo tan difícil como la formulación de juicios políticos capaces de aprehender, sin reduccionismos ni maniqueísmos, la complejidad histórica y social del presente.