
Una vida de ajedrez
“Este juego pertenece a todos los pueblos y a todas las épocas y nadie puede saber de él qué divinidad lo regaló a la Tierra para matar el tedio, aguzar el espíritu y estimular el alma”.
Stefan Zweig

Lo peor que le pueden hacer a una persona es aislarla. Somos animales relacionales que necesitamos de alguna manera estar en contacto con el otro. Para el Señor B, el que podríamos decir que es un alter ego sui generis de Zweig en su cuidadísima “Novela de Ajedrez”, no hay mayor verdad que esa cuando se ve encerrado en esa habitación de hotel que hace las veces de celda de las SS. Un campo de trabajo, dice, sería mucho menor castigo, puesto que no se puede comparar el castigo físico con el sufrimiento psicológico y la agonía que conlleva el cautiverio. El ajedrez aparece así en su vida, tras una aventura arriesgada, dotándole de una compañía que le hará bajar a los infiernos, dónde se encontrará con él mismo.
Stefan Zweig nace en el seno de una familia judía adinerada en la Viena del año 1881. Desde temprana edad sus dotes literarias destacan, llegando incluso a publicar su primer volumen de versos inspirados en la lírica francesa de Verlaine o Berhaeren antes de entrar en la Universidad para estudiar Filosofía. Pronto comenzó a viajar, siendo París uno de los destinos recurrentes, pero también aventurándose a otros países lejanos como Egipto o China. Entrará en contacto con autores de la talla de Rodin o Pirandello y su fama y talento comienzan a despegar. Durante ese periodo, en 1912, conoce a Friederike Maria von Winternitz, quien se convertiría en su esposa en 1920. Sin embargo, su cosmopolitismo se verá en peligro por una nueva amenaza: la Primera Guerra Mundial. Declarado no apto para el combate y, tras trabajar durante tres años para el Archivo de Guerra, termina por exiliarse en Zürich dónde tomará una posición antibelicista que le acompañará el resto de su vida. ¿Pacifismo o miedo?

Durante ese exilio escribe la obra dramática “Jeremías” (1917), en la que critica duramente la guerra. Entablará amistad con Romain Rolland, a quien encontró durante la misma época, y quién alabó enormemente su obra. Junto con él y otros amigos del gremio provenientes de países beligerantes, creó un grupo de escritores refugiados en Suiza que defendía la “comunidad intelectual de Europa” así como ese espíritu desconocedor de fronteras.
Una vez terminada la guerra, volvió a su país para instalarse en Salzburgo, dónde se dedicó a escribir y viajar, destacando tanto volúmenes de cuentos – “Amok” (1922) – como sus famosos trípticos de ensayos – “La curación del espíritu” (1932) -. En esta época se ve fuertemente influenciado por la psicología y las doctrinas de Freud, las cuales integra de alguna forma u otra en sus obras, tal y como podemos ver en “Momentos estelares de la humanidad”. Fue una época en la que, caracterizado como un hombre de letras ajeno a la política, se codeó con la alta sociedad de París y Rusia. Al mismo tiempo, su casa se convirtió en un punto de encuentro para los principales artistas de Europa: desde Mann a Toscanini. Sin embargo, termina por abandonarla en 1934 por sus malos presentimientos con respecto al peligro de la independencia austriaca con el creciente auge del régimen nazi, que llegó a registrar su casa y a prohibir sus libros. Se fue a vivir a Londres y se divorció en 1938, contrayendo matrimonio en 1939 con su secretaria, Lotte Altmann. Jamás se pronunció contra el régimen nazi, simplemente trataba de vivir su vida sin interferencias en esa nueva ciudad.

Stefan Zweig y Joseph Roth, fotografiados en Ostende (Bélgica) en 1936.
En su autobiografía “El mundo de ayer” cuenta la infelicidad que sentía en esta ciudad, en la que los refugiados se veían como fantasmas en una sociedad que no les aceptaba y en la que no terminaban de integrarse. Toma la decisión de escapar de esta situación y viaja con su mujer a Nueva York, dónde vuelven a sentirse de la misma manera, rodeados de emigrantes que les recordaban lo que ocurría en Europa. América del Sur les parecía el lugar adecuado para empezar una nueva vida. Acaban, finalmente, viviendo en Petrópolis (Brasil), un lugar del que Zweig se enamoró y al que llegó a considerar el paraíso. Sin embargo, el miedo al creciente poder nazi estaba demasiado arraigado a su ser.
El 22 de febrero de 1942 fue encontrado sin vida junto a su mujer por una sobredosis de barbitúricos. Jugar una partida de ajedrez y escribir su carta de suicidio fueron las últimas cosas que quiso hacer antes de dejar este mundo. Hundido en la depresión y con un delirio persecutorio insoportable, llegando a pensar que los nazis invadirían el mundo entero, no pudo soportarlo más. Fue en este último periodo de su vida en el que escribió “Novela de ajedrez”, con un carácter más autobiográfico de lo que puede parecer en un primer momento.

Desde la perspectiva de un pasajero de un barco de vapor que salía de Nueva York con destino Buenos Aires, el lector es testigo de uno de los enfrentamientos intelectuales más curiosos de la literatura europea. Con un tablero de ajedrez como escenario, el Señor B se enfrenta ya no solo a Czentovic, un genio del ajedrez y campeón del mundo que es a la vez incapaz de cualquier otra actividad intelectual; si no también a sí mismo y a los demonios con los que lidió durante su cautiverio. Con un fuerte paralelismo con la vida del propio autor, a través de la lectura de este libro no solo descubrimos los entresijos de este juego de mesa, sino que llegamos a conocer los límites de la mente humana a través de la de uno de los escritores más influyentes del siglo XX.